sábado, 10 de febrero de 2007

Recorto y Pego




Phone


Ayer, cuando estaba enfrascada en la búsqueda de un libro de Malcom Lowry, que sé, en mi poder y quiero leer, me tropecé, literalmente, con una caja vieja y aplastada de Disco que tenía en su interior, entre otras cosas igual de inútiles, un teléfono inalámbrico que usaba en casa hace años.
En un segundo cuando lo vi , me trasladé al tiempo en que tu voz traspasaba este aparatito llena de palabras rabiosas con olor a cerveza y a arena húmeda en los pies.
Entonces pedazos historias varias se desenredaban de tu lengua directo a mis oídos que después trabajosamente me dedicaba a ensamblar. Hubo de todo. Risas que inútilmente intentábamos reprimir para no perturbar el sueño de otros y que terminaban por ser más escandalosas aún de lo que hubiesen sido originalmente.
Los ruidos de tu casa que me eran familiares. El de tu cepillo de dientes haciendo su trabajo, los ladridos de tus mascotas a veces humanas, tus pasos en dirección a la cocina, el chasquido del encendedor prendiendo uno de los tantos cigarros que fumabas durante las conversaciones. Algunas veces la tristeza superaba las palabras y los espasmos de llanto se liberaban con violencia, después los precedía un silencio que también compartíamos.
Otras te quedabas dormido contándome algo que habías soñado y que al otro día ninguno de los dos recordaba. Què locura!
Charly (asì decìas que se llamaba mi telèfono), es el ùnico testigo, ahora mudo, de aquella època en que entendìamos que en cierta forma el principito tenìa razòn cuando decìa que lo esencial es invisible a los ojos.
Ojalà nunca lo hubiésemos olvidado…
En fin, no encontré el libro de Lowry, pero valió la pena recordar un tiempo en que todo parecía agradable.