jueves, 12 de mayo de 2016

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Me siento en las sillas del pasillo a esperar los resultados de los análisis. Acomodo los auriculares,sé que esta espera,que ya lleva casi dos horas, va a ser más larga aún.
Un grupo de enfermeros entra por la  puerta que está enfrente, un cartel que sobresale de la pared dice "Sala de Reanimación". Mi padre entró una vez por una puerta con la misma inscripción, pero con un cartel mucho más precario, un cartel de hospital público, un pedazo de papel escrito a mano con marcador rojo...
Las caras que me rodean reflejan más indiferencia que dolor y sólo un par, felicidad. Unos abuelos esperan a su nieto que está  por nacer.
Cierro los ojos intentando seguir el ritmo de la música moviendo  los dedos en el aire. Trato de pensar  en otra cosa, en algo lindo : Mi sobrina, los ojos enamorados de mi hermano, le media sonrisa de su amor, la voz del mío, un perfume  y así,  hasta que la  doctora  me llama en voz alta por mi apellido y me pongo alerta. Avanza a paso rápido por el pasillo y se sienta al lado mío. El cansancio le pesa en los ojos. Mientras me explica  las causas de mi malestar observo de reojo que sacan estabilizado al paciente de la sala del cartel. Tuvo suerte. Mi padre nunca salió.
En  resúmen ,el diagnóstico no es grave. Un par de indicaciones simples, un  calmante intravenoso y me puedo ir.
Cuando cae la última gota,el enfermero retira la aguja,coloca algodón y leuco, me hace una guiñada y  dice:- “Ya estás libre”
Voy poniéndome el saco por el pasillo, suena el celular. Conecto con dificultad  el auricular para poder atender,me duele un poco la mano. Es mi amigo,que suspira de alivio cuando le digo que ya estoy en la calle rumbo a casa.